El 98% de las personas están desesperadas por encontrar a alguien que los escuche, escribió Andrew Matthews en un libro que leí en primaria.
El problema es que este deseo satisfecho genera RUIDO, un montón infinito de ideas buenas y malas, números, datos, historias importantes, triviales, reales y surreales.
Este ruido, naturalmente, se trasladó al mundo académico y se convirtió en hábito (‘el ensayo debe tener 2000 palabras’, ‘requiero 10 fuentes bibliográficas’, ‘mínimo diez páginas’). Mark Strom explica que el vicio de llenar espacios con información nació en primaria con los proyectos escolares, cuando nos pedían que trajéramos reportes sobre el iodo, Benito Juárez, Neptuno, o cualquier otro tema a verse en clase.
Y, finalmente, el vicio llegó al mundo de los negocios. ¿Cuáles son las consecuencias de esto? Empleados que se sienten desconectados por estar en la oscuridad (no sé qué se espera de mí); clientes que no entienden la propuesta de valor de una marca (¿qué me ofrece distinto esta marca de la otra?); ventas fallidas derivadas de confusiones, o porque el vendedor no supo escuchar al cliente.
Preguntas: ¿El problema consiste en que todos queremos hablar? ¿el problema consiste en que todos hablamos demasiado? o ¿el problema consiste en que todos hablamos de forma equivocada?
No tiene nada de malo querer hablar. El problema es que existe tanto ruido que, si queremos la atención de los demás -un recurso escaso según Seth Godin-, necesitamos hablar de forma que logremos captarla.
¿Cómo hacemos esto?
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